Una de esas noches de luna llena, cuando ya Ververano era un adolescente y no había parado ni un segundo de dar lengüetazos al monumento petrificado de la madre, escuchó un crujido y acto seguido un desmoronamiento. Entonces descubrió con el gozo del asombro que las estatuas comenzaron a tomar vida y que caminaban, y ya no se disputaban, más bien sonreían, bailaban, contaban chistes. Se movían con alegría y generosidad. Ververano observó a su madre y la vio más bella que nunca, ella lo estrechó con tanto amor que por nada lo ahoga. Pancho también fue hacia él, y le regaló un piropo a su masculinidad creciente y reafirmada con tantos años sacrificados al bello e inigualable arte de lamer, a cuyo cumplido Ververano no prestó mucha atención, pues no era muchacho presumido. Reina y Pancho recompusieron su vida, él le dio plenas libertades a su esposa para mostrar y alardear con su despampanante cuerpo en las diversas playas de su imaginación, y ella por su parte no prohibió a su marido que hojeara revistas pornos y que alquilara películas de igual género. De ahí en adelante sus vidas fueron muy convencionales.
Florinda y Yoya La Yeya se estrechaban por la cintura, besándose en los labios, amándose y prometiéndose un porvenir sin hombres. Transcurrieron los años sin traicionar aquella promesa. Florinda dedicó su parsimonia a la pedagogía religiosa y Yoya La Yeya confeccionó durante su extensa existencia trajes para buzos y astronautas. La tía Amapola y el Cardiólogo Taxista se casaron, pero sin intereses ambiguos, sólo por amor, pues ya no existían los motivos ni los pretextos para querer maltratar o asesinar a nadie. Flagela y Tropomio se dedicaron al canto y a la música, con su tropa de hijos y nietos formaron varios coros y orquestas, en honor a Musicalia, orgullosos de haber nacido en esa tierra, arrepentidos y avergonzados de haber deseado partir al exilio. Príapo Matamoros se reconcilió con la idea de que una isla y una playa son dos excelentes conceptos de tolerancia, y también asumió su priapismo, amarrándose con una bandera roja su sexo prominente al muslo izquierdo, el del corazón. A cada rato, se encontraba con su amiga la redactora de bestesellers, y le metía un fuetazo entre las nalgas, y así sofocaba el agradable y dulce penar de su pene. A propósito, Martine La Misionera Posible, consiguió una vez más el puesto cimero de las encumbradas ventas del siglo con aquel libro plagado de mentiras, y pudo a partir de ese instante glorioso convivir con su amante, su marido, y la amante de su marido a quien ella le llevaba cincuenta años, en un palacete de campo adquirido sólo con los derechos de autor de un artículo de media página encargado por un periódico célebre debido a sus gigantescas vallas publicitarias. Robert El Hipermegapreocupado prosperó con fructíferos negocios de fósforos y de papel sanitario en ciertos países asiáticos. Su amante, Loquita Podrida, le dio la tan deseada hija. Filo Fo Soso escribió series televisivas cuyas historias contaban el destripamiento de hermosas y famosas muchachas por un sádico diletante, admirador del alto coeficiente de inteligencia de las canguras. Otto Ringo y Ververano se dieron a la tarea de recorrer el mundo predicando mensajes de felicidad, y ambos viajaron la tierra entera, y cuando se cansaron de La Tierra se fueron a La Luna, y cuando se hartaron de La Luna sacaron pasaje para Marte, al tiempo se mudaron a Saturno, no sin antes pasar por Venus, al final decidieron instalarse definitivamente en La Luna donde cursaron herméticos estudios humanísticos, especializándose en las materias de Misterio y Sensibilidad.
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