Nos dimos cita Isis y yo en El Grand Hotel, copita de champán, de ahí corriendo a la Ópera Garnier, llena hasta el tope. Espartaco es un ballet fácil de entender por la historia, el Bolshoi es una compañía que el público espera con devoción, pero Carlos Acosta es un dios. Y cuando sale lo demuestra, al hacer Espartaco arrastra con él la esclavitud de todo un país, su país, se pueden apreciar la belleza de sus saltos letales, sus idas y venidas como un boomerang, pareciera que se echará a volar en cualquier momento, y se queda en el aire, en ralenti, para que el espectador pueda disfrutar lentamente de su gran estilo. No ha habido un bailarín como Carlos Acosta, es sencillamente exlusivo, único. Mientras interpreta escuchamos sus gemidos, porque es un gran bailarín pero también es un gran actor, todo en su cuerpo emana sentimientos, sufrimiento. Es Antonio Maceo con zapatillas. A Maceo le encantaba detrás de cada contienda encerrarse en su refugio de campaña, descalzarse las botas, y calzarse unas zapatillas de ballet, doradas. Nunca antes había escuchado tantos ¡bravos!, y ¡Bravo, Carlos!, en la ópera Garnier, que se caracteriza por evitar la exteriorización de emociones. Un elegante señor, francés, junto a mí, me pregunta, ¿qué pasa, los demás no estuvieron tan bien? Le respondo, oui, oui, mais lui il est le meilleur! El hombre sonríe y asiente.
Fue un ballet espectacular, fue una noche divina, gracias Isis. Esperamos a Carlos a la salida, nos damos cita para hoy. Es un muchacho de gran corazón, que carga a Isis en sus brazos, y no hace caso de los flash de las cámaras, a mí me llama "maestra", cuando el maestro es él. Es un hombre, es un dios, un genio de la danza.
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